...De verso en cuando:

8/30/10

La tormenta más poderosa del mundo: Al escritor con alma de Niño. Nueva York, 2010.

A la memoria de Jairo Anibal,
Escritor con alma de Niño
que deleita los sueños infantiles.
Moniquirá, Boyaca, Colombia. 1941- 2010



"Era muy joven, casi un niño, cuando conoci la tormenta más poderosa del mundo. Era tan fuerte que amenazaba convertir en polvo todos los huesos de mi cuerpo.
Sentí que una garra de candela habia hecho presa en mi pecho y que por dentro me sacudian en temblores de muerte los vientos del huracán. Nada en toda la creación es comparable a esa borrasca.
- Y dice usted que es la tormenta más poderosa del mundo? - preguntó el viejo.
Así es – exclamó…-. Fue la tormenta que senti en mi corazón cuando me enamoré por primera vez en la vida."

De: Historia y Nomeolvides
Jairo Aníbal Niño.


En el día aquel que el destino eligió como preciso, el hombre de bigotes blancos y manos arrugadas firmaba sus libros en una esquina del pabellón de niños en la Feria del Libro de Bogotá. Mi mesa estaba al otro lado del gran evento, en el pabellón de los adultos, con emblema oficial y arriesgados honorables títulos de poeta, pero al enterarme de su presencia, guardé mi lapicero apresurada, y corrí con todas las fuerzas que me dotaba la magia del cercano encuentro: El primero, fue un abrazo de dos viejos amigos reconociendose. El segundo, uno que pedía disculpas por habernos dejado nublar en el tiempo.

En mi libro, "Preguntas sin Respuesta", publicado solo un par de meses antes, ya lo invocaba: Leí tus labios con pupilas encendidas, antes que pronunciaran palabras hechizadas; de tus entrañas brotaron melodías, reflejadas en tigres de cristal. En realidad, yo para entonces tenia 700 años y el apenas 13 o 15, pero nuestros papeles de seres mortales se habían confundido muy precariamente, y entonces era él el de las canas, la mirada sabia y los consejos, la centena de párrafos de su autoría sobre la mesa azul y los pasos lentos del que sabe que mientras llega a cualquier lugar, también tiene que ir recogiendo los recuerdos, para forjar con ellos una armadura de amor. A mi, en cambio, me tocaba el papel de niña poeta, el augurio de un oficio difícil y confuso, las miradas de pánico de las sicólogas que dandoselas de intelectuales llevaban a sus novios a la feria, los primeros pasos de la mano de las musas, y de edad, 10 tercos años que ya venían cansados, afanados, imprudentes.

Narrador y dramaturgo, pintor y amante del teatro, afirmaba con certeza que "la literatura infantil no existe, porque existiría la senil o de cualquier otro tipo", mientras se detenía maravillado a descubrir los colores de las portadas de los libros ilustrados a mano, el olor de las páginas más frescas, el sabor de un helado de avellana. Su amistad siempre sencilla y sagrada refrescaba mi compromiso con las letras. Yo escribía versos regañones, enojados, tenía muchas ganas de jalarles las barbas a los adultos, de echarles la culpa por tantas madres llorando, por tantos hermanos que no volverían a reunirse, por todos nuestros rostros manchados de ceniza. En cada entrevista, en cada poema, en cada palabra, hablaba de la poesía como mi juego serio, mientras él, al otro lado de la mesa, se desarmaba a carcajadas, para luego hablarme de la reunión de los hijos que no se pierden en "el camino de los coyotes", o los que van al encuentro de planetas desconocidos. Me compartía sin egoísmo las opiniones de Zoro, su hijo de papel, escrito en el 77, y de la hermana del principito, que se había encontrado con él para pedirle que le pintara "el eco de las sonrisas".

La casa de la cultura de Ubaté, Colombia, nos invitó a dictar juntos un taller de conferencias en sus colegios, y fue allí donde declaramos que sí, eramos dos niños, mensajeros de las musas, hermanos en la tinta. Después de cada conferencia salíamos a la plaza a brincar entre las piedras, a sembrar en las manos olas mágicas, o a navegar el infinito en el lomo de águilas de hielo. Han pasado 12 años más desde esos días, pero en mi maleta de viaje siempre llevo conmigo las dos ovejitas de lana que Jairo Anibal le compró a la señora de la ruana de rayitas, con la promesa de que yo las cuidaría, y las dejaría alimentarse en las veredas más fértiles de mis libros. Me las entregó con risueñas palabras: -Son tuyas, Eli. Para que siempre seamos amigos.

Insisto: nací demasiado tarde. A mis padres les he hecho el reclamo varias veces: Tanto que duraron de novios, por qué no dejarme llegar más temprano? Me perdí los buenos conciertos, el nadaísmo en sus mejores épocas, no me tocó jugar rayuela con María de las Estrellas, Gonzalo Arango ya no estaba para regalarme un verso, ni Hendrix, ni los Beatles, ni Nirvana, ni Cortazar. Incluso en Umbrella House ya se dormía tranquilo cuando vine a conocer al poe, Peña-Villa. No me tocó enredarle los bigotes a Dalí, ponerle una curita en el pecho a Mistral, y mucho menos Miró o Rimbaud, porque a la fija habría podido sacarles una sonrisa. Las tertulias en la casa de poesía Silva, me tocaba verlas desde las rodillas de todos, y Maria Mercedes se reía porque ahora llegábamos en edición de bolsillo. Sólo Jotamario, Zonta y Jairo Anibal, porque no se cansaron de ser niños y entonces me llevaron a su taller de letras, para nunca dejar de maravillarme ante la visita de un verso nuevo. Aparte de eso, siempre este bendito afán: escribir antes de quedarme tiesa por algún infarto, un mal de amores (que de eso si que sufren los poetas, ave maría), un cristianismo mal puesto o peor aún, ay de mi si llego a quedarme sorda y no puedo escuchar el dictado de las musas! Siempre he dicho, nací demasiado tarde. Diga si no, que ya a los 22 me voy acostumbrando a despedirme de los amigos.

Tenia de meta invitar a Jairo Anibal al primer Festival de Poesía que estamos organizando los del colectivo Poetas en Nueva York, o de llegar a Colombia de sorpresa y decirle, mira, publiqué el prólogo que me regalaste. Le quedé debiendo un tercer abrazo, agradecido y fresco, para demostrarle que hice caso y no paré nunca de escribir. Para mostrarle que las ovejitas ya están gordas de tanto podar sílabas, y que nunca dejé de ser niña, como le prometí.

Esta mañana tenia las pestañas aferradas a las mejillas, y un temblor adivino se me entró por los pies hasta las caderas. Me preguntaron qué me pasaba, por qué me escondía del mundo. No es que sea bruja ni maga, pero es que a los poetas también nos avisan a veces cuando se rompen los hilos dorados de la mortalidad. Por qué me quejo? Es sólo un poquito más difícil visitarlo ahora, pero no debería importar porque está en los recuerdos infantiles de ustedes también.

El escritor con alma de Niño nos deja un legado inigualable de mundos libres de egocentrismos, políticas baratas y desempleos. En el universo que nos deja, los emperadores, la reina, el rey, los peones y los ángeles más sabios, todos saben escribir cartas de amor y jugar fútbol, entienden que las matemáticas son la raíz de los sueños y por eso en las escuelas es más importante escuchar si hay pesadillas, entender los presagios y abrazarnos, que enterrarnos los números a la fuerza y dejar a un lado estas infantiles ansias de existir. Será ahora compromiso llevar su libro bajo el brazo, pasar por los aeropuertos más despacio buscando los hoyuelitos en las mejillas de la hermana del principito, por si necesita que dibuje algún cordero, y hacer de la lana de estas dos ovejas, nubes blancas para que todos los niños poetas del mundo puedan navegar libres, muy, muy, muy lejos de aquí.

...No, no estoy triste. Es que tengo dentro de mi, un árbol con lágrimas colgando.
Este escrito es para ti, Jairo Anibal, para que siempre seamos niños.
Dulces sueños, amigo.

Elizabeth Torres.